jueves, 2 de julio de 2009
.. Por el momento no tiene dolor, sino memoria del espanto, de la pena desgarradora, culpable de las marcas que yacen en su cuerpo, las cuales perdurarán en él de por vida… Estas en ocasiones se transforman en recuerdos de una mano asistida de furias… Cada surco plasmado en su piel lleva consigo una historia vivida por la persona, que en ese momento, no fue la más afortunada…
No tuvo una infancia muy feliz, aunque sus verdaderos problemas no empezaron sino hasta sus 19 años, donde hasta sus más recónditas memorias reaparecieron como fantasmas en su cabeza…
Al pasar el tiempo, estos fantasmas ya no eran un juego, algo que con dificultad lograba controlar, por lo que comenzó a llamarlos demonios, los que sin permiso alguno se adueñaban repentinamente de su mente; En un día común y corriente, sin relevantes emociones, le acometían palpitaciones cardiacas tan fuertes que se asimilaban a taquicardias, sentía que su corazón saldría por su garganta, o bien, traspasaría sus costillas debido al fuerte y acelerado golpe que les daba... Luego le comenzaba a faltar el aire, juzgaba a cada una de las personas que la rodeaban porque sentía que cada una de ellas le quitaba el poco aliento que le quedaba para seguir respirando… Su piel se tornaba de un color pálido, violentamente aparecía una sensación de desmayo… Los malestares que su cuerpo manifestaba no terminaban allí, ya que los mencionados anteriormente, iban acompañados de parestesias, temblores y escalofríos, sudoración, sensación de debilidad y unas ganas incontenibles de salir corriendo del lugar en el que se encontraba, buscando desesperadamente un poco de aire, ya que en caso contrario, ella creía que moriría en ese instante, debido que todos estos síntomas los asemejaba al que sentía una persona antes de morir, ella simplemente agonizaba.
Los malestares no eran tan sólo físicos, sino que ella también fue deteriorándose emocionalmente; Comenzó a temerle a la muerte, por lo que sentía miedo constantemente, ya que creía que agonizaba la mayor parte del tiempo, le aterrorizaba el hecho de perder el control llegando a enloquecer... También había cosas que no entendía, llevaba con ella una extraña sensación de irrealidad, no se sentía ella misma, vivía en un sueño, se sentía “despegada de sí misma” por lo que en momentos lograba tener una vista panorámica de lo que era la pesadilla en que se encontraba..
Su ritmo de vida cambió rotundamente, dichos demonios que aparecían sin previo aviso no la dejaban siquiera salir de su casa sin esa inseguridad que la agobiaba, que se apoderaba del comportamiento de su cuerpo… por lo cual comenzó a evitar lugares públicos, con la tendencia a permanecer en su hogar, o bien, asegurarse un rápido escape en donde se encontrase…
Este es sólo el principio de una vida infernal. Todos estos momentos de pánico desenfrenado derivaron variadas fobias… Estar en lugares encerrados se convirtió en una tortura, por lo que, zonas tan cotidianas como micros, supermercados, etc., se convirtieron en sus mayores enemigos… Dejó de acudir a lugares que frecuentaba, por lo que también se alejó de su entorno, hecho que la fue dejando cada día más sola, cuando menos lo necesitaba… Inconscientemente sus amistades se hacían un paso al lado ya que se sentían limitadas a su compañía por el constante miedo que ella sentía de estar fuera de su hogar… El sólo hecho de pensar en que sus demonios podían aparecer le provocaban escalofríos…
Su mente se transformó en una persistente batalla, dos polos opuestos mantenían una pelea constante... Ella y sus demonios; Se sentía impotente y lloraba por cualquier motivo, sobre todo pensando que no podría disfrutar más de los pequeños detalles de tu vida que tanto la asombraban y hacían de ella una persona plena, por lo que se sentía miserable y a la vez culpable… Le daba terror quedarse sola por miedo a que los malditos demonios aparecieran y controlaran su mente, provocándole tanto sufrimiento inexplicable por lo que la incontenible búsqueda de la razón de su dolor podría poseer su mano desesperada por hacer físico esa enorme pena y refugiarse en heridas, momentos brutales que sólo ella entendía por lo cual la culpa al día siguiente la atormentaría aún más.
Hoy no disfruta del afuera ni de sus brisas sin su “miedo al miedo”, no sale sin esa extraña sensación de temor… Lo único que le quita el frío es un ropaje de pastillas que logran, a veces, calmar esta extraña cárcel mental.
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